Manuel Carrasco eligió Barcelona para poner punto final a su Tour Salvaje, y el Palau Sant Jordi respondió como se esperaba: lleno hasta la bandera y con un público que no dejó de corear ni un solo verso. Era una noche especial —él mismo lo repitió varias veces—, la última parada de una gira que ha marcado un antes y un después en su carrera. Y quiso cerrarla por todo lo alto, con una celebración que fue a la vez concierto, agradecimiento y manifiesto personal.
Desde antes de que saliera al escenario, el ambiente ya estaba encendido. En las pantallas, un mensaje retaba al público a convertirse en “la ciudad más salvaje”, mientras un aplausómetro medía la energía del Sant Jordi. Cuando por fin se apagaron las luces, el show arrancó con imágenes del desierto, agua y animales corriendo: una introducción visual que daba paso a El grito del niño y Pueblo salvaje, dos de los temas de su último disco, con los que marcó el tono de la noche.
Carrasco construyó el concierto como un viaje por su trayectoria: empezó y terminó con canciones del nuevo álbum, pero entre medias recorrió algunos de sus himnos más celebrados, esos que ya son parte de la memoria colectiva de sus seguidores. Alternó momentos de intensidad con otros de pausa y cercanía, como cuando se sentó al piano para interpretar Fue, Soy afortunado o una canción dedicada a Barcelona. En ese tramo acústico, regaló uno de los momentos más emotivos al versionar Paraules d’amor de Joan Manuel Serrat. El público, de pie, la coreó de principio a fin.

Uno de los instantes más celebrados llegó con la aparición de Rigoberta Bandini, que se unió a él para cantar No dejes de soñar. Antes, Carrasco había contado que la artista y su equipo le habían inspirado durante la gira. También destacó la improvisación de la noche, en la que hizo subir a Joan Tena y otros excompañeros a cantar con el. Fue un gesto sencillo pero cargado de sentido, fiel a la conexión que el artista mantiene con sus inicios y su público más longevo.
Esa conexión volvió a hacerse visible cuando, durante Yo quiero vivir, Carrasco se bajó del escenario con una cámara para grabar a los asistentes desde la pista, mirándolos uno a uno, devolviéndoles la emoción que ellos le regalaban. “Mi público siempre ha estado ahí, incluso cuando las cosas se ponían difíciles”, dijo después.
Ya en la recta final, el concierto se transformó en una celebración colectiva. La reina del baile y Que bonito es querer cerraron un bloque final luminoso, previo a una despedida que tuvo forma de manifiesto. Carrasco reapareció con el rostro pintado con rayas rojas y una bandera en la mano para interpretar Tan solo tú y Tienes el poder, y contó entonces la historia detrás de su disco: que hubo quien le dijo que ese tipo de canciones “ya no se llevaban”, pero que decidió seguir su intuición. “Este es un disco sobre lo que de verdad importa, sobre mirar hacia dentro. Si lo de dentro está bien, lo de fuera brilla mucho más”.
Con esa declaración, y con un Palau Sant Jordi convertido en un coro unánime, cerró una gira que ha sido la más importante de su carrera. Una cosecha fruto de años de cuidar a su público, de hacerlo parte del camino. Por eso lo de ayer, más que un concierto, fue la celebración de una relación construida a base de verdad.
Agradecimientos a The Project y a Riff Producciones por la cobertura para este concierto.



